La Navidad se celebra en la mesa, donde jugamos con los sabores, con las sensaciones que provocan y con las que damos vida a cualquier reencuentro.
Pero no sólo para que se queden en nuestra memoria o en nuestra retina almacenados, lo verdaderamente importante es que los buenos momentos evoquen sabores y olores.
Cuando los percibamos podremos regresar, sin ninguna hoja de ruta previa, a cualquier instante y lugar.
La Navidad en tu ciudad, al igual que en muchas partes del mundo, sabe a lo que tú quieras.
Porque no sólo el gusto nos proporciona sabor, hay sensaciones que nacen y por el simple hecho de nacer y de abrirse paso en este mundo, ya lo hacen en un contexto determinado.
Recuerdos escondidos en nuestra memoria que huelen a cosas especiales, olores y sabores de nuestra niñez, a dulce o amargo.
Si hablamos de Navidad hablamos de magia, ilusión, sueños, conceptos tan positivos que pueden equiparar se con lo que nos evoca EL DULCE, un sabor irresistible que muy bien define esta época del año.
Si hacemos un repaso a todos estos días, muchos de ellos no estarán exentos de esa dosis tan tentadora que revitaliza por momentos y que, una vez disfrutada, saca los peores remordimientos.
Pero qué mejor manera que sacar a pasear los remordimientos que hacerlo sin ningún vínculo de maldad ni de mala intención.
Los remordimientos dulces son una bendita tentación, creada básicamente para caer irremediablemente en ella.
Ya sean en forma de TURRÓN, en todas sus modalidades, desde los más clásicos hasta los más originales, pasando por el delicioso de chocolate...¡ay el turrón!
Dulce en forma de polvorones de MAZAPÁN, o en ese círculo tan dulce de recorrer en el que está concebido nuestro Nochebueno o nuestro siempre apetecible Roscón de Reyes.
Ambos casan a la perfección con un chocolate caliente, ideal en esta época.
El CHOCOLATE y sus propiedades bien podrían ser patrimonio exclusivo de la Navidad.
Pero si fuese así, muchas fechas del calendario quedarían huérfanas de ese aporte calórico tan especial que consigue endulzar cualquier acontecimiento por aburrido que sea.
Pero si tuvieras que decir a qué más sabe la Navidad, echando la vista atrás, sin duda, dirías a CARAMELOS.
Y si hay un momento al que los caramelos nos trasladan y nos evoca infancia, ese es, sin duda, la Cabalgata de los Reyes Magos de Oriente.
Un recuerdo muy entrañable y.... arriesgado.
La caza del caramelo implicaba riesgos, pero si lo hacías bien y la estrategia funcionaba, tenías garantizado el consumo de azúcar para una larga temporada.
Conforme hemos ido creciendo esto no hay cambiado mucho, ahora somos nosotros, los adultos los que protegemos a los más pequeños de ese riesgo tan dulce que es capturar caramelos al vuelo.
Un instante que tengamos la edad que tengamos nos llena de ilusión y magia.
La Navidad sabe a ALMENDRAS, a JENGIBRE, a ANÍS y a CANELA, éste último es un icono navideño que también es clave en todo.
Su aroma amaderado ofrece un ambiente muy especial, y lo podremos ver en todas las decoraciones, en velas para aromatizar el hogar, en los postres, en los platos de la cena e incluso en las bebidas.
La Navidad también nos sabe a JAMÓN, a QUESO a SOLOMILLO, a PAVO...y, cómo no, a MARISCO, una paleta de irresistibles sabores que se acumulan en nuestra mesa y ante los que sólo podemos caer rendidos.
Otro sabor muy ligado a la Navidad es sin duda el sabor de las UVAS, un sabor que, además, tiene una fuerte carga simbólica, pues representa uno de los momentos más importantes de estas fiestas.
El instante entre el adiós a un año y la bienvenida al que viene lo separan únicamente doce campanas, doce uvas, una por cada mes, pero si lo pensamos bien podríamos utilizarlas para formular doce deseos que poder materializar en los 365 días que nos quedan por delante.
Las uvas son un símbolo y una tradición que desde pequeños venimos viviendo año tras años, pero qué sería de las uvas y de su misión navideña sin el posterior brindis que nos sabe a EMOCIÓN, a BESOS y ABRAZOS cómo no a CHAMPÁN, CAVA o SIDRA.
Las burbujas del brindis son al gusto.
Unos se decantan por el champán, otros por el cava y otros por la sidra, pero cualquiera de estos sabores son el pretexto perfecto para hacer de aquel momento un recuerdo más en nuestra galería de sabores memorables.
Éstos podrían ser los sabores más genéricos y representativos con los que todos podemos sentirnos, de una manera u otra, identificados, claro que luego cada uno tendremos alguno muy nuestro que nos recuerda a nuestra infancia, a nuestros abuelos, a esa noche de Reyes, o a ese día de Navidad.
Sabores muy personales que permiten vivir la Navidad de mil y una maneras posibles.
Compartamos sabores, aromas, y dejémoslos guardados para cuando la soledad se empeñe en no permitirnos estar junto a los nuestros, cuando la distancia se interponga, cuando el tiempo lo impida y no esté de nuestra parte.
Como hemos visto la Navidad tiene miles de sabores, pero por muchos sabores que tenga, de entre todos ellos nosotros nos quedamos con el sabor de LA FAMILIA.
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